Entre sus callejuelas se esconden decenas de cafés, bares y comercios que reflejan el alma de la ciudad
Entre sus angostas callejuelas, sus edificios decadentes, sus cuestas imposibles y sus numerosos miradores se esconden en Lisboa decenas de cafés, bares y comercios que reflejan el alma de la ciudad en espacios a menudo reducidos, pero no por ello exentos de encanto.
El Castillo de Sao Jorge; el Monasterio de los Jerínimos, con sus pasteles de nata; la cafetería A Brasileira, con Fernando Pessoa como testigo de excepción; o el Monumento a los Descubridores, son algunos de los consabidos reclamos turísticos de la capital portuguesa, cuyo principal atractivo, sin embargo, se encuentra a menudo en los rincones más pequeños, alejados de las miradas del gran público.
HOMENAJE AL MAR
Algunas de las experiencias gastronómicas más interesantes que ofrece la capital lusa se viven en apenas un puñado de metros cuadrados, como ocurre en el restaurante Ti Natercia, en el popular barrio de Alfama, difícil de encontrar para quienes acuden por primera vez, pese a que el tranvía 28 pasa justo por su puerta.
Con solo cuatro mesas de capacidad y una única persona al frente del negocio, la cocina y el servicio son excelentes. La reserva previa es prácticamente un requisito imprescindible para poder degustar su comida.
En el menú sobresale el plato típico de la casa, el Bacalao a Ti Natercia, que se presenta envuelto en una especie de hojaldre y que él solo, sin ayuda de nada más, se basta para alimentar a varios comensales.
En un ambiente que roza la intimidad, las paredes se encuentran forradas de fotografías de grupos de clientes, prueba de la especial relación que genera su propietaria con quienes se sientan en su mesa.
Del mar también procede el plato estrella de la Adega de Dom Luis, en las inmediaciones de la zona de Príncipe Real, donde los garitos de “ambiente”, dirigidos sobre todo al público homosexual, han aflorado sin parar en los últimos tiempos.
Con capacidad para apenas una veintena de comensales, Dom Luis sirve uno de los mejores pulpos de la ciudad, cocinado con aceite, ajo y perejil, en una cazuela de barro por unos 11 dólares la ración.
“Tenemos clientes fijos que viven en el extranjero y todos los años quedan aquí en Lisboa para reencontrarse y vienen a cenar a nuestro establecimiento”, cuenta su propietario con el pecho henchido de orgullo, mientras recomienda probar alguno de sus postres más espectaculares, entre ellos unos profiteroles a los tres chocolates, solo aptos para los adictos al cacao.
El marisco es el protagonista absoluto si se cruza la margen sur del río Tajo y se llega hasta Cacilhas, un municipio que forma parte del conocido como “cinturón rojo” que rodea Lisboa, en referencia a su carácter obrero, y considerado uno de los principales feudos del Partido Comunista Portugués. Lugar también desde donde se disfruta de una de las mejores vistas de la capital.
Establecimientos modestos como el Farol de Cacilhas ofrecen mariscadas a poco más de 30 dólares por cabeza, al lado del elevador panorámico que permite subir desde el mirador hasta el núcleo urbano.
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NO DEJES DE PROBAR LA BICA
En las tradicionales tascas lisboetas, que se distinguen no solo por su reducido tamaño, sino también por la falta de luz y por su apariencia antediluviana, la estrella es la bifana, un bocadillo de carne de cerdo cocida durante largas horas en una sartén, con una salsa especial, convertida ya en una seña de identidad más de Portugal.
En la céntrica y populosa plaza de Rossio se pueden degustar algunas de las mejores bifanas de Lisboa, que sorprendieron y dejaron poco menos que alucinados, por su simplicidad y sabor, a chefs de la talla del francés Anthony Bourdain.
También está en los genes de la capital lusa el café, y más concretamente la tradicional bica, un expresso que se caracteriza por su intenso sabor.
Convertida en la bebida nacional pese a que el grano procede del extranjero, los locales cuentan que el proceso de mezcla y torrefacción que se lleva a cabo en Portugal es la clave que lo distingue.
Con una cafetería en cada esquina, probar su sabor amargo es un requisito imprescindible para cualquiera, a ser posible acompañado de alguno de sus famosos bollos o sus menos conocidas torradas con mantequilla salada.
Pero más allá de la tradición del buen yantar de la urbe, uno de los mayores atractivos turísticos de Lisboa sigue siendo el tradicional fado, ya considerado como Patrimonio de la Humanidad. En el ruidoso y movido Bairro Alto la oferta es numerosa, aunque si se busca el ambiente más original, mejor adentrarse en Alfama.
Allí se encuentra la Tasca da Bela, otro de esos establecimientos estrechos y con encanto, o con charme como se dice en Portugal, difíciles de encontrar. A la luz de las velas, el chorro de voz de los cantantes y los acordes de la guitarra portuguesa crean un ambiente único.
Como peculiaridad del lugar, entre el público, mayoritariamente de origen luso, suele encontrarse algún antiguo fadista que no duda en arrancarse y comenzar a cantar. Cuando el tema toca a su fin, los asistentes felicitan a los artistas con un boa -buena- que forma parte de la liturgia que acompaña al fado.
LO ANTIGUO Y LO NUEVO, DE LA MANO
Pero si hay un espacio enano y, a la vez sobresaliente, en Lisboa es la conocida como Librería do Simao, de la que dicen es la más minúscula del mundo entero.
Un local con únicamente cuatro metros cuadrados fue suficiente para Simao Carneiro, quien en 2008 decidió abrir su tienda justo debajo de las Escadinhas de Sao Cristovao, en pleno barrio de la Baixa lisboeta.
Sus dimensiones son tan reducidas que, si un cliente desea ver las obras que se apilan en sus estanterías, que aunque parezca imposible alberga cerca de cuatro mil títulos, su dueño no tiene más remedio que salir fuera.
Localizado en lo que antes era un estanco, ofrece algunas rarezas bibliográficas de José Saramago o Jorge de Sena, pero también libros en otros idiomas y literatura contemporánea.
Tamaño muy similar, pero con un inconfundible aire aristocrático, se presenta la única tienda especializada en vender guantes de toda la capital, la Luvaria Ulisses, que se conserva exactamente igual que en su apertura, en el año 1925.
Situado en el noble barrio de Chiado, su fachada neoclásica llama la atención, aunque es fácil pasar por su lado sin percibirse de su existencia.
Es en este tipo de lugares donde puede encontrarse el genuino carácter de Lisboa y sus gentes.
Su espíritu no se encuentra tanto en sus monumentos o sus restaurantes más reputados, como en sus calles más recónditas, sus diminutos bares o sus cantinas. En las conversaciones de café de barrio, donde la crisis, la deuda y la prima de riesgo poco tienen que hacer frente a la omnipresencia del futbol y, sobre todo, del Benfica.
Una ciudad de contrastes, donde lo antiguo y lo nuevo se dan de la mano, y cuyos mayores secretos no están fácilmente a la vista. Encontrarlos es un reto solo apto para “iniciados”.
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