Un laberinto de estrechas calles permite al visitante conocer lamajestuosidad que rodea la zona de la ciudad imperial
La ciudad marroquí de Mequínez guarda, tras su triple muralla, los restos del Marruecos Imperial, que vivía a finales del siglo XVII sus primeros años de unidad bajo el mandato del sultaán Mulay Ismail. Pasear por esta urbe, patrimonio mundial de la Unesco, es un continuo deambular entre el glorioso pasado de un imperio invencible y el bullicioso trasiego del presente que se agolpa en torno a su medina.
La ciudad marroquí de Mequínez conserva muchas de las fortificaciones que protegieron a esta urbe cuando fue elevada a capital del Imperio durante el mandato del sultán Mulay Ismail, que se extendió desde 1672 hasta 1727. Los restos de la triple muralla, que durante un tiempo cercó esta población situada en las proximidades de la cordillera del Atlas, ofrecen al visitante la oportunidad de situarse en el Marruecos de finales del siglo XVII, que vivÌa entonces sus primeros años de unidad.
Nombrada patrimonio mundial de la Unesco en 1996, Mequínez es considerada, junto a Fez, Rabat y Marraquech, Ciudad Imperial de Marruecos, y el hecho de que sea la menos visitada de las cuatro permite al turista darse de bruces con la esencia y la rutina cargada de vitalidad que tanto caracteriza el día a día de sus habitantes.
Numerosos minaretes se erigen en la zona de la medina que se caracteriza por su ambiente bullicioso cargado de vitalidad. Foto: EFE
LA OBSESIÓN DEL SULTÁN MULAY ISMAIL
A finales del siglo XVII, era invencible, impenetrable, esta ciudad, en la que hoy viven 700 mil personas. Ninguna milicia fue capaz ni siquiera de acercarse a las proximidades de la que es conocida como la ciudad más fortificada de Marruecos, y es que la obsesión de Ismail de que un asedio acabase con su mandato le llevó a crear el conocido como Ejército Negro, que sembró el terror entre quienes pretendían conquistar esta tierra.
De hecho, la silueta de Mequínez sigue dominada hoy por un sinfín de fortificaciones y por 27 kilómetros de muralla, de los más de 40 con los que el sultán rodeó la urbe. Mientras en su interior todavía se conservan los restos de los enormes depósitos de agua y de los almacenes de comida que hubiesen permitido sobrevivir a la población en caso de asedio.
MEQUÍNEZ, CAUTIVERIO DE ESPAÑOLES Y PORTUGUESES
Una ciudad temida especialmente por españoles y portugueses, habitualmente hechos rehenes por un sultán que encontraba en el rapto la mejor forma de ingresar dinero en sus arcas. Y es que, Ismail mantenía presos a numerosos comerciantes o viajeros cristianos a la espera del pago de un rescate que se efectuaba en el Pabellón de los Embajadores. Un lugar que actualmente puede ser visitado por el turista.
Para este negocio, que le trajo numerosos beneficios, tuvo que construir una prisión subterránea con capacidad para 40 mil cautivos, cuya estructura se mantiene hoy intacta, pese a haber estado abandonada durante décadas. Conocida como la Cárcel de los Cristianos, sobre este lugar florecen numerosas leyendas que especulan sobre la verdadera extensión de sus pasadizos.
EL ANHELO DE GRANDEZA
Ismail quiso revestir su imperio de grandeza y para ello se rodeó de descomunales cifras, engordadas hoy por leyendas que se entremezclan con la historia real del Imperio, el cual gozó en esos años del favor del monarca francés Luis XIV, conocido como El Rey Sol. Así ocurre con los relatos que hablan de que el sultán tuvo un harén de 500 mujeres, creando una enorme familia con 700 hijos suyos y un descomunal ejÈrcito formado por 150 mil hombres y 12 mil caballos.
Todo aquello le servía a Ismail para recalcar que aquel territorio tenía dueño y señor. De hecho, de algo sirvieron estos impactantes números, ya que el mandato de Ismail, junto al de su hermano Mulay Rachid, es el comienzo del reinado de la dinastía de los aluitas, que actualmente ocupan el trono del país.
Mequínez conserva 27 kilómetros de muralla de los más de 40 con los que el Mulay Ismail rodeó la urbe. Foto: EFE
EL TRASIEGO DE LA MEDINA
Pero la tranquilidad, el lento deambular y la majestuosidad que rodea la zona de la ciudad imperial contrasta con el bullicio y la vitalidad de la medina, donde un laberinto de estrechas calles permite al visitante perderse entre el trasiego de numerosos comerciantes, ávidos en ofrecerle al turista artesanías de cerámica, alfombras y especias propias de esta ciudad.
Mequínez, que vive hoy de la agricultura y la ganadería, además de productos artesanos como las alfombras, está situada en un valle fértil, rico en vides y olivares y por el que circula el río Boufekrane, el cual divide la ciudad nueva, construida en tiempos del colonialismo francés, de la medina y la zona antigua.
La vida se desarrolla en la calle y sobre todo en la extensa plaza el-Hedim, ordenada construir por Ismail. Allí encantadores de serpientes, magos y trileros tratan de llamar la atención de lugareños y turistas, mientras en el resto de la ciudad barberías y teterías sirven de lugar de reunión para la población masculina, especialmente en los días de futbol, cuando resulta imposible encontrar un hueco en los grandes salones de té, ante la extendida veneración a este deporte.
Tras la muerte de Ismail, Mequínez dejó de ser capital del imperio, cediéndole el testigo a Fez, pero para la posteridad quedaron en sus calles la majestuosidad con la que el sultán quiso revestir su mandato. Una ciudad en la que se erigen ahora decenas de minaretes, que llaman conjuntamente a la oración cinco veces al día, embriagando la urbe de un áurea propia. Un ritmo, unos sonidos y unos olores ajenos para el visitante, que queda abducido ante esta atmÛsfera tan desconocida como atractiva.