Un viaje a la ciudad de San Petersburgo está lleno de historia, arte y... fantasía. Descubre sus espectaculares palacios, iglesias y museos
El misterioso allure de Rusia sigue siendo fascinante. Y pienso que al menos una vez en la vida hay que pararse en medio de la inmensa Plaza Roja de Moscú, rodeados del Kremlin y de la extraordinaria iglesia de San Basilio. En San Petersburgo es un must visitar el museo del Hermitage y el enorme palacio de Catalina la Grande. Ahí hay que tratar de imaginar lo que fue la ciudad cuando Pedro el Grande la fundó en 1703, intentando crear una al estilo europeo, como Venecia y Amsterdam.
FOTOGALERÍA: El allure de la Rusia imperial
En años recientes, San Petersburgo ha sido restaurada a un costo de muchos millones de dólares. Muchos turistas la conocen cuando toman un crucero por el mar Báltico o durante un viaje aéreo a Rusia. La ciudad está formada por un grupo de islas unidas por más de 300 puentes que cruzan sus canales, donde se reflejan sus edificios y la arquitectura típica de sus iglesias ortodoxas. Cuando se visita en junio, tenemos las famosas “noches blancas”, en que el sol apenas se oculta.
San Petersburgo está cada vez más de moda, y junto a Praga y Viena, atrae a turistas interesados en la historia y las artes. Aparte de sus museos, iglesias, bulevares y palacios, tiene 100 teatros y es la ciudad más culta de Rusia, donde Fiódor Dostoievski y Alexander Pushkin trabajaron, además de tener varias orquestas filarmónicas, y su famoso ballet en el teatro Mariinsky.
Los ojos se te irán automáticamente hacia el tope de las cúpulas en forma de cebollas y los mosaicos de la divina Iglesia del Salvador, a pocos pasos del Grand Hotel Europe. Si puedes hospedarte en ese hotel sentirás el lujo imperial de la ciudad donde estuvieron Dostoievski, Piotr Ilich Tchaikovski, la famosa ballerina Pavlova y hasta el siniestro monje Rasputín.
Hay muchas excursiones organizadas para conocer la ciudad. Al llegar es importante tomar una en autocar (también hay un tour a pie de tres horas que es fabuloso). Nos mostrará la catedral de Nuestra Señora de Kazán (inspirada en San Pedro, en el Vaticano), el monasterio Nevsky, la antigua Fortaleza de San Pedro y San Pablo, del otro lado del río Neva, donde están enterrados los zares, incluido el último: Nicolás II y su familia; la catedral de San Isaac y el museo del Hermitage, que según dicen, tiene tres millones de piezas de arte; parte de la plaza del Palacio y el palacio de Invierno, construido por Catalina la Grande. Encontrarás callecitas con canales y puentes, y podrás imaginar el estilo de vida opulento de los príncipes y grandes duques a finales del siglo XIX, y cómo entraban y salían de sus palacios en sus carruajes o troikas. Un buen lugar para comer es el Stroganoff Yard, en el palacio- museo Stroganoff, donde se inventó la Carne Stroganoff.
También hay excursiones con guía al palacio Yusupov, donde fue asesinado Rasputín; el tour a los palacios de Tsárskoye Seló, donde los emperadores tenían sus villas de verano, y es de rigor la excursión a Peterhof, con maravillosos jardines, cascadas, más de 150 fuentes y varios museos.
¿Y los restaurantes? Me gustan L’Europe, en el Grand Hotel Europe, caro y elegante; la comida del Bellevue, en el hotel Kempinski, y el Bistrot Garçon, que es parisino y donde se come bien.
Aunque aquí es muy aconsejable tomar tours organizados, pues las explicaciones de los guías son muy interesantes, también recomiendo caminar por bulevares, como el central Prospecto Nevsky y conocer más de la ciudad. Debes ir a la librería Dom Knigi y al lujoso mercado gourmet Eliseevsky. Si eres amante de la historia, en el Museo Naval tienen el barco Aurora, cuyo cañonazo dio comienzo al asalto del Palacio Real en 1917, al estallar la revolución rusa.
También es necesario que leas sobre la ciudad y su historia antes de conocerla. Capital del imperio ruso por 200 años, en ella vivieron los emperadores hasta que comenzó la revolución. En 1918, la capital se trasladó a Moscú y San Petersburgo fue llamada Leningrado, en honor a Vladimir Lenin, aunque recuperó su nombre original cuando, después de las reformas que instituyó Mikhail Gorbachev, Rusia dejó ser un país comunista a finales de 1980.
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