La soberana se caracteriza por mantener un control absoluto de sus emociones, además, puede presumir de contar con el matrimonio más longevo de la monarquía británica
El 20 de noviembre de 2017, la reina Isabel cumple 70 años de matrimonio con su amado príncipe Felipe, y en todo momento muestra un temple de acero y un control absoluto de sus emociones. Año tras año, mes tras mes, día tras día, Isabel logra mantener ?tal como le enseñaron desde pequeña? un rígido control de sus sentimientos y una actitud siempre correcta, muy medida y llevando al pie de la letra el protocolo. La reina, sin mostrar ni una gota de tristeza o lágrimas ni tampoco una alegría exagerada, controla perfectamente sus emociones y sabe mantener como nadie el famoso stiff upper lip (que se traduce como ?labio superior tieso?, para demostrar que no lo mueve ni para reír, ni para llorar), que caracteriza a los ingleses, y es casi requerido en la vida de los royals. ¡Un ejemplo perfecto de disciplina real!
Sin embargo, la reina guarda todavía sus mejores sonrisas y una gran ternura para su marido, y una foto tomada de la pareja hace pocos años en el mismo lugar y con el mismo gesto y la misma mirada entre ambos, que una tomada cuando se anunció su compromiso hace más de 70 años, muestra una obvia dulzura en Isabel II, quien luce más feliz ahora con su Felipe, que hace unas décadas. Y ello nos lleva a pensar que la soberana, a pesar de muchos contratiempos, disgustos y crisis, ha sabido ser una reina perfecta, y también una esposa perfecta, que por encima de todo ama a su marido.
Aquella boda hace 70 años fue una verdadera historia de amor en medio de los problemas que todavía tenía la Inglaterra pobre y muy golpeada que quedó después de la Segunda Guerra Mundial. Y un dato curioso sobre aquellos años de carencias es que varios países del Commonwealth británico le hicieron como regalo de bodas a la pareja una caja de latas de piñas en conserva y una caja de las entonces muy codiciadas medias de nailon.
La boda de la princesa heredera fue el primer gran acontecimiento real televisado en todo el país, y es muy dulce saber que 70 años más tarde, Isabel II sigue tan enamorada como el primer día de su marido.
Este siempre ha caminado como marca el protocolo, ?dos pasos detrás de Su Majestad?, aunque la reina siempre ha afirmado que a pesar de ello, él que lleva los pantalones en su casa es el príncipe Felipe. Cuando se casaron, Felipe era un hombre joven, muy atractivo y muy ?irreverente y arrogante?, aunque pobre, porque su familia, que era de mucho abolengo, había perdido todo y él era como ?el pariente pobre? de varias casas reales europeas, incluyendo la inglesa, la danesa y la griega. Pero la pasión que sentía Isabel por Felipe era tan intensa, que nada pudo descarrillar aquel matrimonio, el que ocurrió rodeado de gran felicidad, porque era una boda por amor.
Después del viaje de novios, según cuenta la duquesa de Leeds en la biografía Los Royals, de la autora norteamericana Kitty Kelley, el príncipe ?se quejaba a menudo de que Isabel siempre estuviera metida en su cama y quisiera hacer el amor continuamente?.
De acuerdo con Lord Charteris, exsecretario privado de la reina, la pareja sigue siendo muy cariñosa en privado, y entre ellos se dicen nombrecitos como cabbage (repollo) y sausage (salchicha). A su vez, Charteris explica que el secreto del amor que Isabel siente por su marido es que ?el príncipe Felipe es el único hombre que trata a la reina como un simple ser humano, como una mujer y no como una reina, y a ella eso le gusta?.
Isabel y Felipe se conocieron en 1939, cuando el entonces príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca, nieto del rey Jorge I de Grecia, tenía 18 años y era cadete de la Real Academia Naval de Darmouth. Isabel de Inglaterra tenía apenas 13 años cuando, junto a sus padres y su hermana, llegó a Darmouth en el yate real junto con Lord Mountbatten, y el sobrino de este, el joven Felipe, fue invitado a conocerlos. Las chicas quedaron encantadas con el joven e Isabel se enamoró ?al instante? de él. A partir de entonces, el príncipe comenzó a escribirle cartas amistosas a Isabel, y continuó haciéndolo por años, durante toda la Segunda Guerra Mundial, mientras él servía en la guerra en la Marina inglesa. Ella vivía pendiente de esas cartas y lo esperó hasta que Felipe regresó a Inglaterra en 1946, pues para la princesa había sido un flechazo desde el primer momento, y nunca más se interesó en otro hombre. Y aunque la aristocracia inglesa desconfiaba un poco de él, porque Felipe era parte de una rama pobre de la realeza, el rey Jorge VI dio permiso a su hija muy querida, y la pareja se comprometió en julio de 1947. Cuando todo se decidió, Felipe se hizo ciudadano británico, comenzó a usar su apellido materno, Mountbatten, y tuvo que olvidar sus apellidos paternos alemanes de Schleswig Holstein Sonderburg Glucksburg, que en aquellos momentos molestaban a todos.
La boda, clásica, bella y muy elegante, tuvo lugar el 20 de noviembre de 1947, y los cinco años siguientes todos afirmaban que la pareja fue muy feliz, porque Isabel apoyaba en todo a su marido, quien quiso continuar su carrera en la Marina de Su Majestad, siendo todo color de rosa. Pero en 1952, la súbita muerte del rey Jorge VI, el padre de Isabel, la convirtió de un día para otro en la reina Isabel II, soberana de millones de personas en muchos rincones del mundo. La joven apenas tenía 25 años y aquello afectó el matrimonio porque de pronto, Felipe, quien había sido el rey del nuevo hogar, tuvo que pasar a un segundo plano en la vida de su mujer, cuyo primer deber era su reinado y su pueblo.
Antes de subir al trono, Isabel admiraba el savoir faire, las ideas y la experiencia de su sofisticado marido, y dicen que hasta le gustaba su temperamento dominante y muy mandón. Por su parte, él estaba contento de haber fundado una familia (la que nunca tuvo, pues pasó una niñez terrible) y tener una mujer que lo complacía en todo, pero el inesperado reinado de Isabel cambió sus vidas. Y Felipe no solo tuvo que renunciar a su carrera militar, sino que incluso tuvo que permitir que su nuevo apellido ?Mountbatten? no pasara a sus hijos, porque según los miembros del gobierno, ?todavía sonaba demasiado alemán y el recuerdo de la guerra con Alemania estaba demasiado cercano?. Por eso sus hijos tuvieron que apellidarse Windsor, como su mujer.
?Soy el único hombre que no puede darles su apellido a sus propios hijos?, comentó entonces Felipe con tristeza.
¿Otro toque desagradable de aquellos años? Que ninguna de las tres hermanas de Felipe, porque estaban casadas con alemanes, habían sido invitadas a la boda y mantenían una relación muy lejana con la familia real inglesa.
Decimos esto porque mucho se ha hablado de las infidelidades del duque de Edimburgo, y aunque no hay duda de que Felipe ha estado apoyando a su mujer en los momentos más difíciles de su vida, lo lógico es que ella haya sufrido con los rumores y comentarios de que él le ha sido infiel en muchas ocasiones.
Muchos dicen que las infidelidades son debidas a que ambos son muy diferentes y el duque busca amigas que compartan sus gustos: A Isabel II le encantan las carreras de caballos, pasear (siempre sola) con sus perros, hacer crucigramas y sentarse a ver TV después de cenar temprano. Felipe adora el polo, navegar y cazar. También le gusta leer libros de filosofía, religión y biografías, lo que ella jamás hace. Ella detesta las peleas y las discusiones, y a él le encanta levantar la voz. ¡Y así más cosas!
Según varias fuentes, a Felipe ?siempre se le relaciona con mujeres más jóvenes que él. Entre ellas una princesa, una duquesa, dos condesas, además de otras con o sin título, y muchas vinculadas al mundo de la equitación, que es su pasión?.
En 1957, el duque de Edimburgo comenzó un largo viaje solo, que dio mucho de qué hablar, y allí empezaron los rumores sobre sus infidelidades, las que, sin embargo, sus amigos siempre desmienten.
?Felipe se aburría con las obligaciones de la realeza y por eso daba aquellos viajes?, dice uno de ellos, mientras se habla que una de sus amantes era la novelista Daphne du Maurier, igual que su amiga de la infancia Hélène Cordet, madre de uno de sus ahijados, quien después de quedar embarazada, Felipe se hizo cargo de la educación y los estudios del pequeño Max; este, en 1989, ante los rumores, tuvo que desmentir públicamente que Felipe fuera su padre. Otro romance dicen que fue con Pat Kirkwood, una bailarina y actriz de teatro muy guapa. También se comenta que el príncipe, ante insistencias de la Casa Real, comenzó a ser más discreto y a relacionarse con mujeres de la aristocracia, porque ?no pueden ser sobornadas por la prensa y también les conviene la discreción?.
Por otro lado, el propio duque ha dicho: ?¿Se han puesto a pensar que en los últimos 50 años nunca he podido salir de casa sin que me acompañara un policía??, cuando oye estos rumores sobre sus infidelidades. Aun así, se mencionan relaciones posteriores con mujeres como Cobrina Wright, su novia antes de conocer a Isabel; Sasha, la guapa duquesa de Abercorn (prima de Isabel y quien admite ser una gran amiga del príncipe), e, incluso, la fallecida Susan Ferguson, madre de su exnuera Sarah , quien supuestamente engañó al Mayor Ferguson con Felipe, quien años después sería el suegro de su hija. Aunque, al parecer, la que más ha durado en la vida del príncipe es Sasha, duquesa de Abercorn, quien reconoce que durante 20 años, el príncipe Felipe de Edimburgo y ella han mantenido ?una apasionada amistad? y lo describe como alguien que ?necesita una amiga con quien compartir sus gustos intelectuales?, añade que ?nuestra amistad fue muy íntima, pero nunca fuimos a la cama?.
Otra compañera del duque, de la que mucho se ha hablado, es Penny Romsey, una glamorosa rubia, quien supuestamente ha viajado con él y ha sido su amante.
Según un anónimo funcionario del palacio, la relación de la pareja hoy en día es ?una especie de matrimonio de trabajo, en el que cada uno cultiva aficiones distintas, pero están de acuerdo en lo fundamental, que es el bien de su familia y de la monarquía. Aunque esto no significa que la convivencia haya dejado de ser muy tormentosa?.
Y amigos de ambos dicen que el duque de Edimburgo ?es un hombre muy difícil, aunque su carácter ha cambiado un poco con los años. Felipe se enfurece, grita, protesta... A Isabel a veces le divierten sus cosas, pero otras veces se molesta y le dice muy secamente cinco palabras: ?Haz el favor de callarte??.
Un libro recoge las muchas ?meteduras de pata? del príncipe, quien es conocido por sus comentarios fuera de tono. Titulado Duke of Hazard: the Wit and Wisdom of Prince Philip, de Phil Dampier y Ashley Walton, cuenta que en una ocasión, un señor lo saludó y le contó orgulloso que su hija cumplía ese día 6 años, y el príncipe le dijo: ?Ah, sí... ¿Y a mí eso qué me importa??, provocando que la niña se echara a llorar.
Por otra parte, es bien sabido que a Felipe le gusta comentar sobre la estrofa del himno británico que dice ?God Save the Queen? (Dios salve a la reina), diciendo burlonamente: ?¿Y a mí qué? ¡Pues que me parta un rayo!?. A pesar de todo esto, la reina se mantiene intacta.
Con el apoyo incondicional de Felipe, quien la defiende a capa y espada, como buen esposo a la antigua; ha vivido infinidad de tristes problemas familiares, como los escandalosos divorcios de tres de sus hijos, Ana, Carlos y Andrés, y todos los escándalos de Carlos, Diana y Camilla, además de las acusaciones de Mohamed Al-Fayed de que el príncipe Felipe es el culpable de que su hijo Dodi y la princesa Diana fueran ?asesinados?, porque no podía aceptar que sus nietos, entre ellos William, el futuro rey, tuvieran un padrastro y posibles medio hermanos musulmanes.
Además de los disgustos que le han dado los rollos personales de Eduardo y Sophie, y el profundo dolor que le causó la muerte de su madre y de su hermana Margarita. ¡Un aluvión de problemas que año tras año han afectado a la soberana y que su marido ha compartido con ella!
Pero ahora todas las tristezas han quedado atrás, e Isabel, siempre la misma, serena y sin mostrar sus emociones, solo tiene razones para celebrar dos cosas, una muy sentimental: sus 70 años junto a Felipe, el hombre de su vida y su gran amor, junto al que se ha quedado contra viento y marea. Y otra muy frívola: el haber sido nombrada por una prestigiosa revista como una de las mujeres más glamorosas del mundo ?por la forma como ata su pañuelo y lleva su chaqueta Barbour en sus paseos en el campo?, lo que ha provocado que desde que salió esta noticia, las ventas de las chaquetas inglesas Barbour se han triplicado en todo el mundo.
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