Rubia, guapa, elegante, liberal, aristocrática y amante de la dolce vita como buena italiana... Así era la bella princesa Paola Ruffo di Calabria cuando en 1959 sorprendió a muchos casándose en una espectacular boda con el no muy atractivo príncipe Alberto de Bélgica, y comenzó a vivir en la aburridísima corte belga, donde no había gente joven, y era conocida por su denso y rígido protocolo.
¿Y por qué lo hizo? ¿Tan enamorada estaba la princesa italiana del heredero belga? ¿Tenía tantos deseos de llegar a ser reina? Nadie sabe exactamente por qué ocurrió el enlace, pero ese día cambió por completo la moderna y divertida vida de Paola, la que en 2023 acaba de cumplir 86 años.
En 1959, la princesa Paola, descendiente de una de las más nobles familias de Nápoles, y educada de forma muy italiana, con el amor a la vida típico del sur de su país, dejó atrás su alegre vida, en la que se le veía montada en una Vespa por las calles de Roma, de fiesta con sus amigos artistas y cantantes (entre ellos el cantante Adamo) y viajando sola por los lugares más de moda de todo el mundo, para irse a vivir a un viejo palacio de Bruselas, donde la aburrida rutina diaria no podía ser interrumpida por nada ni por nadie.
O al menos eso era lo que el pueblo creía. Porque poco después de la gran boda entre la italiana de 22 años y el príncipe belga de 25, detrás de las viejas paredes de sus palacios y detrás del protocolo encabezado por el rey Balduino, el hermano de Alberto y cuñado de Paola, y su esposa, la muy piadosa reina española Fabiola de Mora y Aragón (los que se querían mucho y llevaron un reinado perfecto), los escándalos comenzaron a ocurrir.
La suerte para el nuevo matrimonio fue que en aquellos años no existían los miles de paparazzi que ahora nos enteran del mínimo detalle de la vida de los royals al instante. Sin embargo, Paola fue una de sus primeras víctimas, cuando en 1970, un paparazzo italiano le tomó una fotografía en la que se le veía paseando por una playa de Cerdeña, abrazada de un hombre que no era su marido.
Creyendo que nunca se sabría, Paola había viajado a Cerdeña bajo el nombre de Madame Legrand para reunirse con un periodista francés de pelo largo y barba, llamado Albert de Mun, y aquello provocó un escándalo instantáneo en Europa, y un verdadero horror para la reina Fabiola, que era conocida por su religiosidad, igual que para su esposo, el rey Balduino.
De inmediato, la bella y joven Paola fue criticada sin piedad y prácticamente “echada” de la corte y de la Familia Real por su infidelidad e indiscreción, aunque esto no llegó a ocurrir, porque hace pocos años se descubrió que en aquel momento su marido no estaba libre de pecado, y no podía “tirar la primera piedra”, pues ya tenía una hija ilegítima de 2 años.
Desde la década del 60, pocos años después de su matrimonio, Alberto de Bélgica, el príncipe con cara de bueno, que no parecía capaz de matar una mosca, estaba engañando a su bella esposa con una aristócrata a la que visitaba clandestinamente. El viajaba en helicóptero al castillo de Mellery para visitar a su amante Sybille de Selys Longchamps, cuyo matrimonio con el millonario industrial Jacques Boël (muy buen amigo de Alberto) había terminado bruscamente, y quien muy pronto le dio al Príncipe una hija ilegítima, llamada Delphine.
El marido de Sybille fue tan caballeroso, que le dio a la niña su apellido, y cuando Paola supo la noticia, fue un golpe tan grande, porque amaba profundamente a sus tres hijos con Alberto, que nunca pudo aceptar que Delphine fuera la medio hermana de ellos, y no permitió que la niña participara en la vida de la familia. ¡Y así Paola comenzó a hacer su propia vida, mientras su marido hacía la suya!
La Princesa comenzó a viajar a menudo a Roma, donde de nuevo se le veía paseando en su pequeña moto por la ciudad, visitando las discotecas de moda, yendo a fiestas y usando las minifaldas de aquellos años, las que sin duda no eran las apropiadas para una princesa de la corte belga.
Dicen que herida por la traición de su marido, Paola comenzó a actuar como si estuviera de nuevo soltera y hasta se le vio otra vez con Adamo y con un conocido industrial, además de causar un gran escándalo cuando en visita oficial con su marido llegó al Vaticano con un vestido mini, sin mangas, y no la dejaron entrar.
Pero su rebeldía no quedó allí, porque después de que ocurrió el incidente del paparazzo y la foto de la playa, se supo que aquello no era una aventura pasajera, sino que la Princesa las tenía un serio romance con Albert de Mun, de 35 años, el parisino escritor de la revista Paris Match, nieto de un famoso educador y político, e hijo de una de las herederas del millonario Juan de Béstegui.
Y aunque las cámaras de los fotógrafos retrataron en el palacio real el 10 aniversario de boda de los príncipes de Lieja (su título oficial) para cubrir las apariencias y pretender que todo era color de rosa en la Familia Real, la aristocracia europea sabía que en ese matrimonio había una mutua infidelidad conyugal.
Lo más curioso de esta historia es que con el paso de los años nunca se habló de divorcio ni de separación oficial entre los príncipes de Lieja. Y cuando a la muerte del rey Balduino en 1993, Alberto y Paola fueron nombrados reyes de Bélgica (aunque se rumoraba que su hijo mayor, Felipe, era quien Balduino y Fabiola deseaban que heredera el trono, saltándose a Alberto y Paola) ambos comenzaron a comportarse correctamente, con discreción, como si infidelidades no hubieran existido.
Y poco a poco hemos visto como la antes delgadita y muy moderna Paola, considerada una de las mujeres con más estilo en los años 60 y 70, la nueva reina engordaba y cumplía a la perfección con su papel de monarca conservadora, vistiendo con sus aburridos trajes de chaqueta, siguiendo al pie de la letra el protocolo, y dedicada a sus caridades y actos oficiales.
En una inusual entrevista en TV, cuando el rey Alberto cumplió 72 años, Paola reconoció que los primeros años tras casarse con el entonces Príncipe fueron difíciles, debido a las expectativas que se tenían sobre ella y a la presión de los periodistas, admitiendo que al principio se sentía “muy sola” en su nueva vida, y que “la tarea de ser princesa y reina era muy dura”.
Dijo que el primer año fue difícil encontrar su auténtico papel como princesa de un país en el que no había nacido, añadiendo que todo cambió cuando una persona extraordinaria le dio un sabio consejo: “Debes aceptar lo que la gente espera de ti”, asegurando que desde entonces “soy feliz en Bélgica y me siento belga”.
Sobre su matrimonio dijo: “Pasamos por un período difícil, pero sabemos que estamos hechos el uno para el otro. Somos muy felices y el amor ha triunfado”. Por supuesto, el hecho de que Alberto haya reconocido públicamente la existencia de su hija ilegítima, ha ayu- dado a que por fin haya paz entre todos.