Isabel de Baviera, mejor conocida como Sissi de Austria, formó parte de la Casa de Habsburgo-Lorena y su vida se popularizó tras el lanzamiento de la trilogía de películas basada en su historia, dirigida por Ernst Marischka. Las producciones cinematográficas tituladas: Sissi (1955), Sissi emperatriz (1956) y El destino de Sissi (1957) revelaron al público muchas razones por las cuales vale la pena profundizar en las causas que llevaron a una de las reinas consorte de Hungría a hundirse en la tragedia.
Su vida comenzó en la Noche Buena de 1837 y terminó en 1898 con su asesinato en el lago Lemán de Ginebra, donde fue atacada por el anarquista italiano Luigi Lucheni. Sin embargo, más allá de su muerte, todos los años que Sissi pasó en la Tierra estuvieron marcados por sucesos extremadamente tristes.
Los trastornos alimenticios de Sissi
La figura de Sissi de Austria fue muy controvertida, debido a los notables indicios de sus trastornos alimenticios, ya que se cuenta que la princesa bávara estuvo toda su vida obsesionada con su peso y su alimentación, además realizaba extenuantes jornadas de ejercicio.
Las películas que narran su vida y relatos populares dictan que Sissi practicaba esgrima, natación, ciclismo y senderismo, de manera alternada, pero por periodos muy prolongados. Igualmente la leyenda cuenta que tal era su adicción por el ejercicio físico y por mantenerse delgada que, incluso, mandó a colocar una serie de anillas y escaleras en sus propia habitación para mantenerse activa todo el tiempo.
Respecto a su alimentación, esta era muy restrictiva y se acotaba al consumo de frutas, caldos y pescado hervido.
La muerte de su único hijo
Otro aspecto que representó toda una tragedia para Sissi de Austria fue la muerte de su único hijo varón, Rodolfo de Habsburgo, quien fue asesinado con solo 30 años de edad.
La hipótesis que explica el asesinato del hijo de la princesa se basa en la realización de un complot tejido por los servicios secretos austríacos, auspiciado por la motivación de combatir las ideas radicales y liberales que el hijo del emperador profesaba.
Tras la muerte de su hijo, la emperatriz abandonó Viena y adoptó el negro como único color para su vestimenta y pocas veces se descubría el rostro, ya que portaba consigo un velo azul que la cubría y la protegía de ser retratada, convirtiéndose a su vez en toda una misteriosa leyenda.