Emparejar a los hijos de los monarcas con otros hijos de monarcas no es algo nuevo —todo lo contrario, es lo que se lleva haciendo desde hace siglos, pero esa es otra historia—. Algunos casos son más fructíferos que otros —como el fallido intento de juntar al príncipe de Asturias, Felipe, con la heredera Victoria de Suecia—, pero te contamos la historia de una anécdota que en particular no se pudo concretar a pesar de los deseos por unir monarquías: la de la infanta Elena con el príncipe Eduardo.
La historia de amor no realizada entre la infanta Elena y el príncipe Eduardo
La idea de ver a la primogénita de los reyes Juan Carlos I y Sofía con el hijo menor de la reina Isabel II y el príncipe Felipe se dio en la ocasión de las bodas de plata de los reyes de Noruega, Harald y Sonia, en 1993. La catalogaron “la fiesta de solteros más elegante de la historia” en el Daily Mail (vía El País), donde era “la oportunidad perfecta para emparentar a las casas reales europeas”.
“‘Elena elige a Eduardo’, dice la noticia, que muestra una fotografía de la infanta Elena y el hijo menor de la reina Isabel de Inglaterra. Ambos jóvenes habían sido sorprendidos el día anterior compartiendo un carruaje de caballos en la costa noruega. […] “Ni el príncipe Eduardo ni la infanta Elena se mostraron en actitud romántica”, advierte el diario”, redactan en El País.
En ese tiempo Elena tenía 30 años y Eduardo 29, ambos aún con potencial de arrejuntarse. Pero las cosas no pasaron a mayores, más que el hecho de que los fotografiaron juntos en una carroza tapándose con la misma cobija, donde lo único que compartían eran el frío y las risas. El flechazo no les pasó ni por la coronilla.
Vanity Fair España rescató que en aquel entonces Elena ya había conocido a Jaime de Marichalar —casados en 1995 y divorciados en 2010, con dos hijos (Victoria Federica y Froilán)—, mientras que a Eduardo le tomó unos días más coincidir con su futura esposa, Sophie Rhys Jones —se casaron en 1999 y tuvieron dos hijos (Lady Louise y Jacobo).
Quizá lo único que estaban destinados a compartir era el hecho de que tendrían una hija y un hijo con sus respectivas parejas.
