Hace unas semanas, la cantante Bebe Rexha denunciaba a través de las redes sociales que varios diseñadores se habían negado a vestirla de cara a la gala de los Grammy de este próximo fin de semana porque, con su talla 42, la consideraban demasiado “grande” para sus creaciones. Su alegato venía a revelar una desagradable verdad acerca de la industria de la moda: que, por mucho que haya aumentado el número de modelos de talla grande -un término con el que no todas están de acuerdo-, los estrictos cánones de belleza femeninos aún seguían muy presentes. Y parece que ni siquiera las estrellas de la pasarelas escapan a esa dictadura. Incluso la mismísima Irina Shayk, que hace casi dos años tuvo el (cuestionable) honor de ingresar en la lista de modelos que han recuperado su antigua silueta en cuestión de semanas tras dar a luz a su primera hija con el actor Bradley Cooper, ha recibido comentarios malintencionados acerca de su peso.
“Me encanta comer y no creo en las dietas. Tengo mucha suerte con mis genes. Nunca he tenido problemas a la hora de ponerme demasiado gorda o demasiado delgada. Jamás he entrado en una talla de muestra y cuando han intentado meterme en una, me ha tocado decir: ‘Lo siento, chicos, pero tengo mis atributos y no voy a poder ponerme esto’. Me parece que los diseñadores con los que trabajo aprecian y celebran la figura femenina. Yo tengo un cuerpo curvilíneo y las personas que quieren incluirme en sus desfiles o en sus campañas saben que no soy una chica delgada”, confesó la belleza rusa en una entrevista a la edición británica de la revista Glamour. Su actitud ante cualquier sugerencia de que debía perder unos cuantos kilos siempre ha sido la de negarse rotundamente: “Ha habido agencias que me han dicho que debía pesar menos. Pero decidí defenderme a mí misma, mi personalidad y mis decisiones. Soy humana, además de modelo. Quiero poder comer y disfrutar de la vida y, cuando no estoy trabajando, no llevo tacones ni me maquillo y no intento entrar en una talla cero”, concluyó.