Conoce la historia de la adolescente llamada ?pequeño ómnibus?, que poseía un gran talento con la aguja y las tijeras
Jeanne Lanvin es un poco la ?antiCoco Chanel?. Si las dos modistas comparten haber tenido una infancia dura y un idéntico sentido comercial, allí donde Coco multiplica sus conquistas para hacer fructificar su negocio, Jeanne tiene un solo amor: su hija. Es gracias a ella que Jeanne llega a ser Lanvin. Vestidos de bautizo, moños de satén, abrigos de armiño... Lanvin inventa la moda infantil que las madres sueñan con usar ellas mismas; lo inunda todo con su azul Lanvin y hace de los bordados con piedras Swarovski su especialidad.
Tras asistir a uno de sus desfiles, Christian Dior dijo extasiado: ?Pocas veces París brilló de esta manera?. Discretamente visionaria, Lanvin exporta su casa hasta a Buenos Aires, sin hacer ruido, e inventa los distintos ?departamentos?: niñas, novias, pieles, decoración, muebles... A su muerte, en 1946, todo pasó a su hija, mucho antes de que Alber Elbaz volviera a dar brillo a la maison más antigua de París, que ya tiene más de 125 años de vida.
TALENTO, CREATIVIDAD Y UNA GRAN PASIÓN
Aún adolescente, las compañeras del taller de costura donde Jeanne trabajaba le pusieron el apodo de ?pequeño ómnibus?, pues no subía, sino que corría detrás de esos vehículos para llegar a su lugar de trabajo y ahorrar así el precio del billete. La mayor de 11 hermanos no tenía otra opción. En cambio tenía un gran talento con la aguja y las tijeras, y una enorme fuerza de voluntad. Así, en 1885, con apenas 18 años y unos ahorros duramente ganados, instaló su propio taller, y cuatro años más tarde, su primera tienda ?Lanvin (Mademoiselle Jeanne) Modes? en la esquina de Boissy-d?Anglas y Fau- bourg Saint-Honoré, dirección histórica de la casa.
Casada brevemente con el conde Emilio di Pietro, en 1897 dio a luz a Marguerite Marie-Blanche di Pietro ?Marie-Blanche en la intimidad?, quien sería el gran amor de su vida. La niña era su princesa, su objeto de adoración y la vestía a la altura de su amor. Es fácil comprender por qué las madres de las niñas inscritas en la misma escuela privada que Marie-Blanche le pedían una y otra vez que hiciera para sus hijas modelos como aquellos con los que engalanaba a su niña. En cierta manera, Jeanne creó así la alta costura infantil.
En 1907, Jeanne y Marie-Blanche asistieron a un baile de disfraces. Un fotógrafo inmortalizó la escena de ambas tomándose las manos, que muestra el amor entre madre e hija. Más adelante, Paul Uribe, célebre ilustrador de la época, volcó la imagen en un dibujo que, retrabajado por el diseñador Albert-Armand Rateau, se convirtió en el célebre logo de la casa, que todavía está en uso. Miembro del exclusivo Sindicato de Modistos, al que pertenecían Worth, las hermanas Callot y Madeleine Vionnet, Lanvin no se limitó a vestir a la mujer y a la niña, sino que creó el departamento de novias en 1911; el de pieles, en 1913, y el de decoración, en 1920, junto con Rateau. Además, Jeanne era una gran viajera y alimentaba constantemente su ?biblioteca de telas? ?que aún existe en la sede de Faubourg Saint-Honoré?, unas referencias de bordados coptos o chinos, de Persia o de Japón, que luego sublimaba en sus propias creaciones. En su momento de apogeo, Jeanne Lanvin tenía 1.000 empleadas y tres talleres de bordado, lo que era excepcional aun en esa buena época de la alta costura.
Tras su regreso de un viaje a Florencia, donde admiró los cielos de Fra Angélico, creó su color fetiche: el ?azul Lanvin?, con el que decoró totalmente su habitación en su hotel particular, hoy en día reconstituida en el Museo de Artes Decorativas de París. Y también, montó un laboratorio de colores donde nacieron el ?verde Velázquez? y el ?rosa Polignac?, en honor a su hija, la condesa Marie-Blance de Polignac, quien se casó con un noble, pariente de los Grimaldi de Mónaco.
El éxito le sonreía a Jeanne y las sucursales se multiplicaban: Deauville, Barcelona, Biarritz, Cannes y Buenos Aires. En 1926, con la creación de los departamentos de lingerie, sport y a la medida para los hombres, Lanvin era la única casa de moda que proponía vestimentas para cada momento de la vida.
Alber Elbaz habla de lifestyle, si bien la expresión no existía en ese entonces. Para celebrar los 30 años de su hija, una excelente pianista, creó el perfume Arpège (arpegio) con base de rosa, jazmín y madreselva, que aún hoy es un gran clásico de la casa. En 1938, a la cabeza de un verdadero imperio, el gobierno de Francia reconoció su contribución a la industria de la moda y le otorgó la Legión de Honor. Jeanne Lanvin falleció en 1946, a los 79 años. De más está decir que dejó todo a su hija. Marie-Blanche se ocupó durante un tiempo de la dirección artística de la casa, que luego recayó en varios estilistas, entre ellos Claude Montana, pero no volvió a conocer el éxito de antes. Asimismo, pasó a manos de diferentes dueños, hasta que en 1990, ya propiedad de L?Oréal, el prêt-à-porter volvió a recuperar su prestigio gracias a su nuevo director artístico: Alber Elbaz.
UNA EXPOSICIÓN CON CORAZÓN
Olivier Saillard, director del Museo Galliera, afirma que cuando se hizo cargo de la institución en el 2011, se quedó asombrado ante la riqueza de los archivos Lanvin. Entonces pensó que era imperativo poner en pie una exposición ?antes de que lo hicieran otros y tuviéramos que prestar nuestros vestidos?. Sin haberlo premeditado, la fecha elegida coincidió casi con el 125 aniversario de la casa (en el 2014). Saillard, gran admirador de Lanvin, deseaba reparar una falta: la de nunca haberle rendido homenaje, como los que recibieron la muy técnica Madeleine Vionnet, la muy virtuosa Madame Grès, la muy artística Elsa Schiaparelli o la supermediática Coco Chanel.
?Jeanne Lanvin era de una gran elegancia, gran experta en el color, en bordado, en la superficie plana. Siempre se mantuvo a distancia de todos los excesos y, a la vez, era innovadora. Quizás por eso sus creaciones eran tan exitosas, pues no eran declaraciones al mundo: toda mujer podía vestirse de Lanvin?. La muestra, que cuenta con el apoyo de Swarovski, histórico proveedor de la firma, exhibe 110 vestidos, todos ellos creados entre 1910 y 1940, y en particular, en los años 1920. Los modelos están presentados horizontalmente con un hábil sistema de espejos o en maniquíes adaptados a la ropa, pues las mujeres de entonces tenían más curvas.
Alber Elbaz, quien se ocupó de la escenografía de la muestra, también se maravilla de la frondosa creatividad de Lanvin, quien según él, ?no solo era una virtuosa del bordado, sino también una visionaria, una maestra de la forma y de la composición?. Cuando le preguntan qué es lo que el visitante aprende al recorrer esta exposición, Elbaz es categórico.
?El sentimiento. No solamente la cronología. Yo no quería que fuera una biblioteca visual. No me interesa que al salir la gente sepa que Jeanne Lanvin hizo el vestido para la princesa tal o cual. Mi deseo es que al salir digan:?Adoro a Jeanne Lanvin??. ¿Qué queda de Lanvin hoy día? Saillard no tiene dudas: ?Muchos vestidos en los museos..., porque tenía muchas clientas, todos ellos prendas de una calidad excepcional. Jeanne Lanvin es la alta costura y un gran arte. Muchos lo olvidan a fuerza de escuchar hablar de Christian Dior o de Chanel, pero Lanvin es la más antigua casa de moda francesa aún en actividad?.