¿Qué hizo a los pocos días del atentado que sufrió su marido? ¿Quién fue su siguiente amor de la entonces joven viuda? ¿Cómo era la relación amorosa con Aristóteles Onassis? Hacemos un recorrido por los grandes amores de Jackie Kennedy.
Aunque muchos libros desvelan supuestos misterios, llenos de chismes y sin pruebas, hay otros más serios que narran la vida de Jacqueline Bouvier Kennedy Onassis, como el ejemplar de Edward Klein, Just Jackie: Her Private Years, publicado en 1998.
El premiado periodista de The New York Times que cubrió la campaña presidencial de John F. Kennedy en los años 60, tuvo acceso a la amistad de la exprimera dama antes y después del asesinato del presidente y en su obra incluyó historias contadas por ella y por sus amigos íntimos.
En el libro Just Jackie. Her Private Years, el exeditor de The New York Times, Edward Klein, cuenta los mejores años de la exprimera dama.
La vida de Jackie Kennedy después de John F. Kennedy
De vuelta en Washington, diciembre de 1963, le tomó 11 días mudarse de la Casa Blanca, lo que obligó al nuevo presidente, Lyndon B. Johnson, y a su esposa, Lady Bird, a vivir en otra mansión por casi dos semanas. Jackie, en ese entonces de 34 años, no tenía adónde ir, pero sus amigos, Averrell y Marie Harriman, le prestaron su casa en Georgetown.
Ahí se mudó con los niños, los sirvientes y agentes del servicio secreto. Aquellos meses fueron espantosos; se pasaba el día acostada, llorando, tomando pastillas para los nervios y bebiendo vodka.
A los tres meses alquiló su propia residencia y enfrentó una gran crisis económica. Aunque era viuda del presidente más rico que había tenido Estados Unidos, contaba con una herencia de 70,000 dólares y el interés de unos fondos a nombre de sus hijos, lo que le producía un ingreso de 200,000 dólares anuales, lo que para Jackie, acostumbrada a una vida lujosa, era miserable.
Amores de Jackie Kennedy
Después de un fallido intento de romance con el actor Marlon Brando (con quien se dice tuvo un affair un año antes del asesinato de John), pasó largas horas en compañía de Clint Hill, el guapo y joven agente del servicio secreto quien no dejaba de recriminarse no haber protegido a John aquella tarde en Dallas.
Clint Hill
Tras el atentado, Clint acompañó a la familia, lo que contribuyó a que naciera una conexión. Una noche fueron al restaurante Jockey Club de Washington.
La exprimera dama era clienta frecuente del lugar y todos conocían a su guardaespaldas, pero en aquella ocasión pidió que les sentaran en la llamada ‘la Siberia’ (la zona más alejada), pues deseaba la mayor privacidad.
Pronto les sirvieron vodka, martinis y los presentes no podían creer lo que sus ojos veían: “Jackie estaba muy bebida, y cuando se levantó para ir al baño apenas podía caminar en línea recta. Al regresar, ella y el joven comenzaron a besarse de una forma que nos apenaba”, explicó uno de los testigos a Klein.
“Pensamos que estábamos alucinando porque se ocultaban bajo la mesa, y a cada rato aparecían y desaparecían, despeinados y agitados [...]
Esto duró dos horas hasta que se fueron. Fue algo muy penoso y el incidente se mantuvo muy callado. La gente veía a Jackie como una especie de intocable ‘madonna’, y al presenciar aquello concluimos que se había vuelto loca”.
Jack Warnecke
En octubre de 1965, se enamoró de nuevo; era un guapo y sofisticado arquitecto de San Francisco, divorciado, culto y con los mismos intereses que ella.
“Jackie conoció a Jack Warnecke y quedó impresionada por sus trabajos arquitectónicos, y le pidió que diseñara la tumba del presidente Kennedy en el cementerio de Arlington”, cuenta una amiga de ambos.
“Los dos eran libres, inteligentes, conversadores, amantes de las artes, del mismo nivel social ¡y tenían miles de cosas en común! No era de extrañarse que surgiera el amor”.
Por muchos años Warnecke no había pronunciado palabra sobre su romance, pero tras 30 años rompió el silencio:
“Me enamoré de ella a primera vista, el día que la conocí en una fiesta en la embajada inglesa de Washington. Entonces estaba casada y yo igual. Cuando volvimos a encontrarnos fue maravilloso y estuvimos juntos por mucho tiempo”.
El idilio, que duraría dos años, pasó inadvertido por la prensa.
Aristóteles Onassis
El bajito, pero muy millonario Aristóteles Onassis (medía 1.65 m) rondaba a Jackie desde el mismo día en que enviudó. Dos meses antes del asesinato de su marido, el armador griego la invitó a un crucero por el Mediterráneo.
En aquel viaje, donde también estaba su hermana Lee (¡quien vivía un romance con Ari, y estaba segura que llegaría a casarse con él!), pasaron horas conversando.
El carisma del griego era desbordante y su ingenio la divertía, también le encantó su generosidad y conocimiento de las fábulas griegas que ella amaba.
“Onassis no era atractivo”, explica un amigo suyo, “pero a los 10 minutos de hablar con él todo mundo olvidaba su fealdad y se sentía arrastrado por su personalidad”.
Le asombraba cómo, desde el yate, con un teléfono, podía mover montañas. ¡Su seguridad en sí mismo era aplastante! Y aquello fue un enorme afrodisíaco.
A cinco años de ese primer encuentro, la amistad entre él y la viuda creció hasta convertirse en un romance, que la llevaría por segunda vez al altar en octubre de 1968, cuatro meses después del asesinato de su excuñado, Robert F. Kennedy.
El enlace se llevó a cabo en la isla de Skorpios, propiedad de Onassis en el mar Egeo. Aunque muchos dudaban si ella en realidad lo amaba, en su libro Edward Klein revela la verdad.
“Tuvieron una relación apasionada y llena de cariño”, aseguró Niki Goulandris, la millonaria griega íntima de Jackie en aquellos años.
¿Por qué, entonces, se deterioró el matrimonio? Jackie comenzó a pasar más tiempo en Nueva York, debido a que sus hijos estudiaban ahí. Mientras tanto, Ari se sentía solo y retomó la relación con su examante, la cantante Maria Callas.
Después vino la trágica muerte (un avionazo) del hijo del millonario, Alexander, quien odiaba a Jackie. Ahí, Onassis comenzó a sentirse culpable y de cierta forma dejó de amarla, llegando incluso a maltratarla de palabra.
Al poco tiempo, él enfermó; a los 69 años, le llegó el final en el American Hospital de París, sin que ella estuviera.
Maurice Tempelsman
Un hombre grueso, calvo y sin mucho atractivo fue el acompañante de Jackie hasta su muerte. En 1982, el negociante de diamantes de origen belga, Maurice Tempelsman, se mudó con ella a NY (aunque siempre tuvieron habitaciones separadas, pues se dice él no podía tener relaciones).
En Maurice encontró a un hombre culto y amante de las artes. Y si él estaba casado no era de su incumbencia, pues consiguió que lo dejara todo por ella.
Aquellos fueron los mejores años de su vida, en los que disfrutó su casa en Martha’s Vineyard, los paseos en barco, viajes a Europa y el nacimiento de dos nietas y un nieto, hijos de Caroline.
Junto al sonriente joyero, la exprimera dama se sentía “querida y protegida”. Lo que siempre había deseado.