El tatarabuelo del último zar de Rusia, Nicolás II, y la tatarabuela de la última reina británica, Isabel II tuvieron una de las historias de amor más cargadas de sentimentalismo, pero es también de las menos conocidas. Si se consumase el romance entre la reina Victoria y Alexander II de Rusia, no conoceríamos la historia como hoy día —pero vale la pena recordar un poco del pasado para seguir indagando en la humanidad de los royals de la antigüedad.
Así se conocieron la reina Victoria y Alexander II de Rusia
Era 1839, Victoria tenía 20 años y ya era reina buscando a un pretendiente para casarse y titularlo como príncipe consorte. Alexander tenía 21 y era un gran duque, más no el emperador (todavía). Éste viajó a Londres —por órdenes de su padre— y conoció a la joven reina que apenas llevaba dos años como monarca, en un baile organizado especialmente por la visita del futuro zar.
“El día después del baile, el heredero solamente hablaba de la reina… y estoy seguro que ella también encontró su compañía agradable”, reveló el ayudante de Alexander, el coronel Semyon Yurievich (vía Russia Beyond), “después el zar me confesó que estaba enamorado de ella y que estaba convencido de compartirle sus sentimientos”. Presuntamente los dos disfrutaron toda la noche del baile juntos —algo que Victoria no hacía con otros hombres— y que al futuro zar le dieron hospedaje en el castillo de Windsor por tres días —lo cual suscitó a toda clase de rumores sobre los jóvenes enamorados—.
“Realmente estoy algo enamorada del gran duque; es un encantador joven”, extractos del diario de Victoria. “Es tan fuerte que al correr alrededor, debes seguirlo rápidamente y luego te gira como en un vals, lo cual es muy agradable... Nunca me divertí tanto. Todos estábamos tan alegres; me fui a la cama a las 3 menos cuarto, pero no pude dormir hasta las 5.”
El amor imposible de la reina Victoria y el zar ruso
Por más que esta historia tiene los elementos para ser un relato de amor imposible, realmente no se podía efectuar por razones políticas y religiosas. Victoria debía conseguir a un consorte óptimo para el pueblo británico, mientras que Alexander necesitaba a una mujer acoplada a la Iglesia Cristiana Ortodoxa —ninguno de los dos estaría dispuesto a hacer estos cambios.
Aún con sus respectivas diferencias religiosas, políticas y culturales, se despidieron con dolor en el pecho. Presuntamente Victoria describió este adiós en su diario como algo ‘realmente triste’.
“Él estaba pálido y su voz temblaba, ciando me dijo en francés, ‘no tengo palabras para expresar lo que siento’ —y que también estaba muy agradecido por la cálida bienvenida—. Luego se presionó contra mi mejilla y me besó tan cálidamente y con un sentimiento tan sincero, y después nos estrechamos la mano cálidamente. Realmente sentí que me estaba despidiendo de un familiar cercano, no de un extranjero, y me sentía muy triste de depararme de este precioso y simpático joven, de quien sí me enamoré un poco y a quien indudablemente me uní con fuerza.”
El historiador Evgeny Olkhovsky habría escrito en Secrets and schemes in Russian History que el heredero también se la pasó terrible después de despedirse. “Cando Alexander se quedó solo conmigo, se dejó caer y ambos lloramos. Me dijo que jamás olvidaría a Victoria, y que despedirse y besarla ‘fue el mejor y el más triste día de mi vida’, me dijo”, citaron.
Reencuentro inesperado
Los jóvenes cautivados por su mutua compañía se despidieron —presuntamente él le regaló su pequeño perrito Kazbek, como regalo de despedida.
Se reencontraron 35 años después, en mayo de 1874, ambos en diferente estado civil: ya era el zar Alexander II de Rusia casado con María de Hesse y padre de 10 hijos (dos de ellos ilegítimos); por su parte, Victoria era viuda y madre de nueve hijos (el príncipe Alberto falleció en 1861).
Desde la última vez que la pareja se veía, la relación entre Gran Bretaña y Rusia sufrió un tremendo bajón, pues ambos imperios enfrentaron sus tropas entre sí en la Guerra de Crimea (1853-1856). Quizá este era un tema incómodo de tocar a la hora de la cena, pero esto no detuvo a Victoria a sentir mariposas en el estómago por reencontrarse con su viejo love bug.
“Me empecé a arreglar poco después de las 7. Usé diamantes en mi vestido y mi corona con diamantes y velo. Entramos al Cuarto del Trono, donde estaba el emperador con su uniforme, mismo que también usaba su papá. Pasamos por la recepción directo al St. George’s Hall, con el emperador guiándome. Todo estaba arreglado como la última vez, la banda tocaba muy bien”.
“El Emperador habló mucho de los viejos tiempos, recordando las circunstancias de su visita anterior, recordando las habitaciones y las personas, muchas de las cuales se han ido o han cambiado tristemente. Recordó la visita de su padre, cómo le había gustado y cuánto se había sentido apegado a Inglaterra, pero después de diez años “tout a malheureusement changé" [desafortunadamente todo cambió] y tuvo lugar la guerra [Guerra de Crimea]”.
Happy birthday to Queen Victoria, born #OTD in 1819. Explore her reign through the artworks, scrapbooks and diaries she made, with films, trails and creative writing activities to discover. #homeschooling #onthisday https://t.co/RoziDeeDdU pic.twitter.com/8A4IAk4DkA
— Royal Collection Trust (@RCT) May 24, 2020
La relación de Victoria con Alexander II de Rusia a final de cuentas
Aunque el destino no unió a Victoria y a Alexander como pareja, sí lo hizo con sus respectivos hijos.
El segundo hijo de Victoria, el príncipe Alfred, duque de Edimburgo, viajó a San Petersburgo para casarse con la hija de Alexander II, la gran duquesa Maria Alexandrovna. Se casaron el 23 de enero de 1874 y llegaron a vivir en Clarence House, en Londres —pero la gran duquesa extrañaba mucho a su familia imperial.
El zar Alexander murió el 13 de marzo de 1881, tenía 62 años; un año más y habría cumplido los mismos 63 que Victoria, su amor imposible, duró en el trono.