Las bicicletas son el emblema de Zúrich, una gran ciudad ecológica en la que hasta su famoso festival de cine se caracteriza por tener una espectacular alfombra verde que cada año recibe celebridades destacadas en el séptimo arte.
Y en esa misma red carpet compartimos la última gloria del actor canadiense, quien recibió el premio Zurich Film Festival’s Lifetime Achievement Award, en reconocimiento a sus más de 60 años de carrera.
“Fellini dijo que me contrató porque él pensaba que tenía ojos de masturbador. Y me pregunto: ¿Cómo lo sabia?”.
¿Alguna vez te pusiste a contar las producciones de cine en las que trabajaste?
Jamás.
En total son 190, de acuerdo con Internet Movie Database (IMDB), y sólo en 2018 formaste parte del reparto de cuatro cintas y una serie. Después de trayectoria tan impresionante, ¿piensas jubilarte?
No (risas).
¿Con tanto éxito, alguna vez tuviste miedo al fracaso profesional?
Después de Ordinary People (ganadora al Oscar en 1980 como Mejor película, Mejor dirección para Robert Redford y Mejor actor secundario para Timothy Hutton), no conseguía ni siquiera una prueba de audición. Durante un año nadie me ofreció un papel. Es complicado.
¿Es cierto que tus hijos tienen nombres que rinden tributo a destacados directores?
Sí, como mi hijo Roeg, en honor al director de Don’t Look Now (1973) Nicolas Roeg. A Angus Redford lo llamamos así por Robert Redford. Y en una ocasión que mi esposa Francine llevó a la escuela a Rossif, otro de nuestros hijos, con el bebé Redford en brazos, la maestra dijo: “No pueden llamarlo así”. Y durante un año llamó al pequeño “Bongbon” (risas). Y a Rossif lo nombramos así por Frédéric Rossif, director de cine y televisión francés experto en documentales.
Tu hijo Kiefer Sutherland y tu nieta Sarah son actores, ¿qué se siente haber abierto la puerta a tres generaciones de actores?
Mucha competencia (risas).
¿Ser buen actor esconde alguna receta secreta?
Trabajo... Uno se esfuerza, crea un personaje y éste hace el resto. La receta es meter ese papel en tu cabeza para darle vida propia, hasta que empiece a pelearse y a dominar. No siempre sucede, pero la mayor parte del tiempo, sí.
Cuéntanos sobre tus primeros intentos en el cine.
Mi primera audición fue en 1962. Me preparé muy bien y la reacción fue increíble... El autor dijo que mi trabajo había sido maravilloso, que conseguí cambiar la naturaleza de la escena, y el director confesó que cuando regresó a casa pensó en lo que había hecho con el personaje.
Sin embargo, el productor mencionó que querían llamarme para explicarme la razón por la cual no me habían elegido (risas)... En realidad buscaban a alguien que se pareciera al vecino de al lado y no lucía para nada así (risas). Son palabras que llevo tatuadas en mi cabeza.
Pero “The Dirty Dozen”, tu cinta debut en 1967, fue todo un éxito en taquilla y ante la crítica.
Sí, y con la dirección de Robert Aldrich. La filmamos en Londres con Lee Marvin, John Cassavetes y Jim Brown... Y había otros actores que vivíamos en Londres; de hecho, estaba en una escuela de actuación y la abandoné seis meses más tarde...
Nos contrataron porque hablábamos con acento y algunos eran americanos, como Ernest Borgnine, Robert Ryan, Telly Savalas y Charles Bronson. Yo era uno más.
¿Qué recuerdas de aquel entonces?
Mi esposa insistía en que tirara todos mis recuerdos cuando hallé en una caja el guión de The Dirty Dozen con una enorme carpeta de cuero. Fue hermoso.
Pero bueno, me acuerdo de una pequeña escena en la que tuve que pretender que era un general; esa estúpida secuencia donde Bob Aldrich ve a Clint (Eastwood) y se da vuelta para decirme: “El de las orejas grandes que lo haga”. De verdad, ni siquiera se acordaba de mi nombre.
¿Y cómo fue que decidiste mudarte a Hollywood?
Un representante me había llamado cuando The Dirty Dozen estaba por estrenarse y me dijo que podía llegar a tener una buena carrera si me mudaba a California.
Le respondí que no tenía dinero y contestó que a lo mejor me iría bien en Inglaterra. Terminé pidiendo prestado a Chris Palmer.
Y con mi esposa de aquel entonces me fui a California, con mis mellizos, Kiefer y Rachel. Cuando bajamos del avión, mi hijo me vomitó encima. Tenía un año. Y aquí estamos.
¿Y terminaste filmando con directores como Bertolucci y Fellini?
¿Por dónde empiezo? Fellini dijo que me contrató porque él pensaba que tenía ojos de masturbador. Y me pregunto: ¿cómo lo sabía? Me mandó a construir mi camerino de color verde. Ni siquiera sabía que para nosotros ese tono era de mala suerte.
Venía con una página del guión pidiéndome que la viera y cuando le preguntaba cuándo necesitaba filmarla, me decía: “Esta tarde”. Y si lo cuestionaba: “¿En qué momento?”, me contestaba: “Ahora”. Pero era la clase de magia de Federico Fellini.
¿Es cierto que rechazaste el rol estelar en “Deliverance” (1972)?
Cierto, y también el que tuvo Dustin Hoffman en Straw Dogs (1971). Era un tiempo en el que pensaba que no debería haber violencia en el cine (risas). Pero si hubiese aceptado jamás hubiera conocido a mi esposa, Francine.
¿Cómo has logrado mantenerte tan actual, con la conquista de una nueva generación en “The Hunger Games”?
¿Te cuento cómo fue que empezó todo con ese proyecto? Disfruto muchísimo leer guiones. Y éste me había parecido fantástico.
Gracias a la historia, pensé que podía existir la posibilidad de que los jóvenes se levantaran de la silla para salir a votar. No tuve mucha razón, pero también me equivoqué en algo más: pensé que se trataba de un personaje en un dibujo animado (risas).
Y el papel que acabé haciendo (presidente Snow) en el guión apenas tenía un par de líneas. Poco tiempo después terminaron escribiendo un montón de escenas que no aparecían en el libro.