Sophia Loren: 85 años de la eterna belleza Italiana

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“Es imposible fotografiarla; tiene la cara demasiado corta, la boca muy grande y la nariz demasiado larga”.

Por increíble que parezca, ésta fue la sentencia del fotógrafo que retrataba a Sophia Loren en su primera prueba cinematográfica; se lo dijo a su descubridor, el productor Carlo Ponti. No era la primera vez que ella resultaba ‘demasiado’: en los concursos de belleza siempre quedaba finalista, nunca ganadora. Por fortuna para el cine, un maquillista intervino. “Estos no dicen más que idioteces, señor Ponti”, dijo. “Basta ajustar las luces”. Y entonces se reveló el enigmático rostro con el que la novata actriz conquistaría el mundo. ¿El secreto de su atractivo? Sophia dice que no hay ningún misterio:

“Esto que ven, ¡se lo debo al espagueti!”
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El peso del pasado

Un 20 de septiembre de 1934, en Roma, nació Sofia Scicolone Villani, tal su verdadero nombre. Como le ocurre a todos, famosos o no, las acciones de sus progenitores marcarían su destino. Según cuenta en la autobiografía Ayer, hoy y mañana. Mis memorias, que publicó en 2014 con motivo de su cumpleaños 80, su madre, la napolitana Romilda Villani, soñaba con ser actriz. Participó en un concurso que buscaba a la doble de Greta Garbo; ganó y, como premio, recibió un boleto para viajar a Hollywood. Sin embargo, sus padres le negaron el permiso. Frustrada, cambió América por Roma y el cine por el piano. No contaba con que se toparía con Riccardo Scicolone, de origen aristocrático pero sin oficio ni beneficio, quien la enamoró y huyó apenas ella quedó embarazada.

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Lo máximo que la joven logró fue que le diera su apellido a Sofia, algo importante en ese entonces. Romilda, como en una comedia de enredos, se obsesionaría durante años por Riccardo, quien no se cansaba de humillarla, y con quien más adelante engendraría una hija más, Anna Maria.

Regreso a casa

De regreso a su pueblo natal, Pozzuoli, cerca de Nápoles, apareció en casa de sus padres en compañía de su frágil criatura, quien fue recibida con los brazos abiertos; su abuela se convirtió en mamma, mientras que su madre tomó el rol de hermana mayor y la llamaba ‘mamaíta’. La vida en el sur de Italia era buena y amable hasta que comenzó la pesadilla: la Segunda Guerra Mundial se ensañó con el pueblo de los Villani. La infancia de Sophia estuvo marcada por las terribles huellas del conflicto. Padeció hambre, lo cual la llevó a acercarse a casa de alguna amiguita con la esperanza de que la invitaran a comer. Bajo los bombardeos, sufrió la angustia por llegar a refugiarse a un túnel en el que pasaría larguísimas noches rodeada de ratas. Y sintió miedo de los soldados aliados que tocaban a su puerta en las noches sabiendo que en la casa había una mujer joven como su madre.

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Por esos días, Sophia era tan flaquita que la apodaban “palillo”, y el pánico a las bombas la traumatizó a tal grado, que aún hoy día asegura que no puede dormir con las luces apagadas.

La princesa del mar

Pero la guerra terminó y la vida retomó su curso. Sophia dejó de ser “palillo” y se convirtió en una mujer exuberante, que pensaba estudiar para ser maestra y, con los años, convertirse en una mamma, quizás como la Antonietta a la que dio vida en Una jornada particular (1977). Sin embargo, Romilda tenía otros planes: en 1949 cayó en sus manos el diario Il Corrieri di Napoli, donde se anunciaba el concurso de belleza Princesa del Mar, y decidió que su hija participaría. Se trataba de una manera de realizar sus sueños de fama a través de su retoño y, de paso, vengarse de sus padres. Debido a la falta de recursos económicos, pintó su único par de zapatos y transformó las cortinas de la casa familiar en un vestido de noche.

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Madre e hija viajaron a Nápoles, Sophia quedó finalista en el certámen y recibió, entre otros premios, un boleto de tren a Roma, donde se localizaban los estudios de Cinecittà. Después de tomar algunas clases de actuación en las que su profesor le enseñó los gestos básicos, Sophia se mudó con su madre a la capital italiana. Pese a ser una “princesa del mar” descubrió que, en realidad, era una más entre miles de chicas que soñaban con convertirse en la nueva Lucia Bosè o Silvana Mangano, estrellas surgidas de concursos de belleza.

Al cine

Su primer acercamiento al cine fue como extra, junto con Romilda, en la superproducción Quo Vadis? (1951). La actriz dijo que, durante la entrevista para elegir a los extras, contestaba a todo con un yes. “¿Ha leído Quo Vadis?”, “Yes”, “¿Cómo se llama, cuántos años tiene?”, “Yes, yes… yes!”. Durante el rodaje, un enorme drama se desató cuando, en el momento de pagar a los extras, llamaron a Sophia por su apellido, Scicolone. Ella se acercó al mismo tiempo que lo hacía la esposa de su padre, quien la reconoció y, furiosa, le lanzó una serie de insultos que hicieron de la primera experiencia de la joven en un rodaje algo poco digno de recordarse.

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Aún con grandes dudas sobre su futuro, Sophia, su hermana y Romilda se instalaron en Roma. Para darse a conocer, la futura estrella participó en concursos de belleza en los que obtenía títulos, pero jamás ganaba. No obstante, esta exposición le sirvió para destacar en una nueva industria hecha a la medida de un público que quería olvidar la guerra: la de las fotonovelas. En ese medio, asumiría el nombre de Sofia Lazzaro (la idea se le ocurrió al editor, para quien su extraordinaria belleza era “capaz de revivir a un muerto”). Y fue ahí cuando aquellas pocas expresiones que aprendió en sus clases de actuación le ayudaron a destacar del resto.

“Tiene una cara muy interesante…”

A principios de los 50, Sophia era conocida gracias a las fotonovelas. Incluso algunos dibujantes de historietas se inspiraban en ella para crear a sus heroínas. Sin embargo, según el libro de Silvana Giacobini, Sophía Loren. Una vida de novela, el cine la ignoraba, hasta que un encuentro inesperado cambiaría su destino. A los 17 años, se encontraba entre el público de un concurso de belleza cuando uno de los jueces la mandó llamar para pedirle que participara. En un principio se negó, pero decidió subir a desfilar. Como siempre, perdió. Sin embargo, luego el misterioso personaje le solicitó un paseo en el jardín. Se trataba del productor Carlo Ponti, socio de Dino de Laurentiis, quien se quedó fascinado y le propuso hacer una audición. Emocionada, al día siguiente se presentó puntual en la dirección que le indicó Ponti, pero se llevó una desagrable sorpresa: ¡se trataba de una estación de la policía! Pensó que le habían tomado el pelo y, justo cuando se iba a ir, un agente le explicó que la productora se encontraba en la casa de al lado.

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La actriz realizó la prueba, fue aceptada y, a partir de ese momento, Ponti se convirtió en su mentor, aquel que la educó, transformó y pulió. Incluso, seguro de que tenía todo para conquistar el mercado estadounidense, le cambió el nombre: Sofia Lazzaro se convirtió en Sophia Loren. El productor, casado y 22 años mayor que ella, se convertiría además en el gran amor de su vida.

Marcello y Sophia

Con Mastroianni, especialmente cuando eran dirigidos por Vittorio De Sica, formó una de las duplas más memorables del cine. La primera de sus 12 cintas juntos fue La ladrona, su padre y el taxista (1954). El enamoradizo Marcello llegó a decir que con ella tuvo “la historia de amor más larga” de su vida, pero, pese a los rumores, solo fueron amigos con una gran química en pantalla.

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(Foto: Getty Images)

La prueba es que, en 1994, cuando filmaron Prêt-à-Porter, el director Robert Altman les pidió que escogieran una de las escenas que habían hecho juntos para recrearla en la cinta. No lo pensaron mucho: repetirían, 30 años después, el sexy pero hilarante striptease de Ayer, hoy y mañana, cinta ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera en 1963.

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Por: Rodrigo de Alba / Foto: Getty Images
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