Mentiras al descubierto
Sí, los épicos romances fueron una de las fantasías vendidas por el star system, obligando a los famosos a actuar dobles vidas, muchos de ellos bajo el abrigo de un hombre desconocido: Bowers. El documental lo muestra saliendo de su casa en las colinas de Los Ángeles. “Mira ese arcoíris”, dice. “Creé un arcoíris en Hollywood llamado Richfield, ése era el principio del arcoíris para muchos”. Bowers, un atractivo hombre ojiazul de sonrisa perfecta, comenzó su controvertida carrera como ‘celestino’ en 1946, a los 23 años. Después de servir en la Infantería de Marina durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó como despachador en una gasolinera, muy cerca de los estudios Paramount.
Pero su vida dio un giro cuando, un día, un apuesto caballero que quería algo más que gasolina bajó de un resplandeciente Lincoln: era el actor Walter Pidgeon. El protagonista del filme Madame Curie (1943) le deslizó un billete bajo la mano y le dijo: “¿Qué harás el resto del día?”.
El negocio de hacer feliz
Las escandalosas revelaciones, que fueron muchas, involucran citas clandestinas que Bowers arregló con nombres reconocidos como el actor y director Charles Laughton, el playboy Errol Flynn (The Adventures of Robin Hood, 1938), el actor Tyrone Power (Witness for the Prosecution, 1957, junto a Marlene Dietrich), el compositor Cole Porter (autor de más de mil clásicos del cancionero estadounidense) y el director George Cukor, así como los mencionados Spencer Tracy y Katharine Hepburn.
Sus propias experiencias son compartidas en el documental, como aquella noche en la que participó en un trío con grandes estrellas como Ava Gardner y Lana Turner, o cuando se acostó con la actriz Bette Davis o con el primer director del FBI, John Edgar Hoover, vestido de mujer.
La doble vida de la realeza
A través de sus famosas amistades, con- siguió trabajo como bartender, lo que lo acercó más al glamour y a obtener información sobre la vida íntima de las celebridades de la meca del cine e incluso de exintegrantes de la monarquía. Bowers conoció a los duques de Windsor por el modista británico y gran retratista del siglo XX Cecil Beaton, cuando Eduardo VIII y Wallis Simpson visitaron California en los años 40. Tras la reunión ya los llamaba “Eddy” y “Wally”. “Eduardo me hizo a un lado y en unos minutos ya estábamos en la casa de huéspedes, comenzamos a besarnos y nos desnudamos”, confesó. Más tarde Wallis le pidió que le enviara a algunas damas. Durante años Bowers arregló orgías para la pareja; ella estaba bien con los hombres pero, al igual que su esposo, prefería la interacción con personas del mismo sexo.
Profesión de alto riesgo
Bowers logró sortear los años 50, cuando los medios investigaban la vida de ciertos solteros en su búsqueda de escándalos que pudieran arruinar sus carreras. Ello hasta que en los 80 el VIH hizo su aparición y la muerte en 1985 de Rock Hudson sacudió a la industria.
“El Sida se había lanzado en una cruel guerra contra la humanidad”, dijo. “Esto puso fin a las libertades sexuales. El sexo solía ser para divertirse y pasar un buen rato”. El negocio se acabó. En aquella época dicho virus era una sentencia de muerte. Y la tragedia lo hizo retirarse como el hombre que cumplía los deseos sexuales de Hollywood. Aunque Bowers fue el gigoló más famoso de Los Ángeles, su historia permaneció oculta durante décadas. Revistas y periódicos intentaron pagar por ella, pero él siempre declinó las ofertas. Tennessee Williams, uno de sus tantos amantes, lo convenció para escribir un relato sobre él en 1960, pero le pareció que lo caricaturizaba demasiado. Hasta que por fin, en 2012, publicó el libro Full Service (Anagrama), con la ayuda del guionista Lionel Friedberg, en el que recopila las memorias de una época donde, mientras los publirrelacionistas de los estudios promocionaban a sus protagonistas como heterosexuales y monógamos, él cumplía sus fantasías.
Por: Melissa Moreno / Foto: Getty Images