Una infancia diferente
Ernest Miller Hemingway nació en una familia acomodada de Illinois, Estados Unidos, el 21 de julio de 1899, el último solsticio de verano del siglo XIX. Su padre, Clarence Edmonds, era médico, y su madre, Grace Hall, maestra de música formada como cantante de ópera. Reclutada por la Metropolitan Opera de Nueva York, ella no pudo continuar con su carrera debido a una afección ocular que le impedía soportar las luces del escenario. Frustrada, pronto se convirtió en una matriarca obsesiva y exigente capaz de obligar a sus seis hijos a recibir educación musical aun cuando (como el pequeño Ernest) no lo desearan. Pero además de las sufridas lecciones de chelo que el niño tuvo que tomar, Grace tenía otras manías que de manera eventual lo afectaron, por ejemplo, vestirlo de mujer para que él y su hermana mayor, Marcelline, parecieran gemelos. Así, hasta los seis años, fue forzado a usar vestidos floreados y a llevar el pelo largo. Durante ese tiempo solía disfrutar de actividades masculinas sólo en aquellos momentos en que su padre lo llevaba de pesca o de cacería (por cierto, sus pasatiempos favoritos de adulto); entonces podía ponerse pantaloncillos cortos como acostumbraban los chicos. Un antecedente que quizá ayuda a comprender por qué se esforzó tanto en demostrarle al mundo su virilidad. Más de una ocasión Hemingway confesó a sus amigos que odiaba a su madre. Ella, por su parte, decía que le avergonzaba el vocabulario de su hijo, quien en sus libros parecía no conocer palabras que no fueran “perra” y “maldición”. Además lo culpó del suicidio de su progenitor, aunque para él, ella había sido la responsable de la muerte de su padre. Cuando su mamá falleció en 1951, no se molestó en ir al funeral.
De amor, viajes y letras
Ni la música ni el deporte fueron de su agrado, sin embargo este último le ayudó a encontrar su vocación; aunque sus habilidades como atleta fueron nulas, tenía un talento natural para narrar con pasión lo acontecido en el ring de box o en el campo de futbol. Fue entonces que comenzó a escribir crónicas deportivas en el periódico de la escuela, lo que le dio experiencia para, más tarde, integrarse a la plantilla de reporteros del diario Kansas City Star, donde trabajó hasta que comenzó la Primera Guerra Mundial. Rechazado por el ejército al no tener una visión perfecta, Ernest se apuntó como voluntario de la Cruz Roja, donde le fue asignado el trabajo de conductor de ambulancia en Italia. De la guerra sólo salió herido, pero fue condecorado con la Medalla de Plata al Valor Militar, otorgada por el gobierno italiano.
Y fue durante su recuperación en Milán que se enamoró por primera vez, de Agnes von Kurowsky, una enfermera siete años mayor que él, quien también sería la primera mujer que le rompería el corazón. Ernest deseaba casarse con ella, pero Agnes, que en un principio había aceptado, se retractó argumentando que ella siempre sería “más vieja que él”, lo cual terminaría siendo un problema, por eso lo abandonó por un oficial italiano “que ya no era un niño”. Después de sufrir esa ruptura, él se enamoró muchas veces más y contrajo matrimonio en cuatro ocasiones. No obstante, en cada una de esas uniones huyó del dolor terminando la relación antes de que sus parejas pudieran dejarlo. “Le gustaba estar casado, pero siempre tenía un romance paralelo”, diría su amigo el editor A. E. Hotchner en el documental Ernest Hemingway, Wrestling With Life, y era cierto, pues tras su primer matrimonio con Hadley Richardson, sus siguientes tres esposas fueron antes sus amantes.