Al parecer, la cantante no se la pasó bien durante los años en los que participó en el programa de talentos
A lo largo de seis temporadas Christina Aguilera se mantuvo en primera línea de actualidad más por su participación como coach en el concurso musical The Voice que por su carrera como estrella del pop, ya que su último álbum había visto la luz en 2012 y desde entonces solo había realizado puntuales colaboraciones con otros artistas.
Sin embargo, ahora que está dando los últimos retoques a un nuevo trabajo discográfico que llegará al mercado en junio, la cantante no ha dudado en morder la mano que la alimentó durante cinco años arremetiendo contra ese mismo formato de programas.
“Con el tiempo se convirtió en algo que no era a lo que yo me había apuntado en un primer momento. Te acabas dando cuenta de que lo importante ahí no es la música, sino conseguir buenos momentos para la audiencia y producir una historia. Yo no me metí en esta industria para ser presentadora o para que me hicieran seguir un montón de normas. Resultaba descorazonador, especialmente como artista femenina: no podía llevar esto, no podía decir lo otro... Al final intentaba expresarme tanto como podía a través de mi ropa y mi maquillaje, era la última vía de escape que me quedaba”, reconoce en una entrevista a Billboard, en la que trata de evitar ese espinoso tema alegando que prefiere centrarse en “cosas positivas”.
Pese a su prudencia, la artista no puede evitar explayarse cuando se trata de explicar los motivos que la llevaron a renunciar a un trabajo tan cómodo y bien remunerado, que tenían mucho que ver con el agotamiento provocado por la censura a la que se veía sometida.
“Estaba ansiosa por recuperar mi libertad. En cuanto llegaba a casa me lo quitaba todo -el maquillaje, la ropa...- y ponía música a todo volumen: Nirvana, Creep o Slayer... cualquier cosa que me ayudara a salir de ese estado mental, de ese ‘modo televisión’”, admite.
Por suerte para ella, esa etapa de su carrera ha quedado ya atrás y el siguiente paso para Christina es organizar su primera gira de conciertos en una década, y la primera también en que se embarcará como madre de dos niños: Max, de 10 años y fruto de su fallido matrimonio con Jordan Bratman, y la pequeña Summer de 3, a quien tiene con su prometido Matthew Rutler.
“Me da mucho miedo, porque ante todo soy madre. Por eso me quedé en esa posición tanto tiempo; resulta muy fácil acomodarse cuando no tienes que preocuparte por desarraigar a tus hijos”, reconoce acerca de sus reservas ante la perspectiva de lanzarse a la carretera, que por otra parte supera precisamente gracias a sus retoños: “Es algo que debe suceder. Tengo muchas ganas de salir ahí fuera y mostrarle a mis pequeños a qué se dedica realmente mamá?.
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