¿Cómo imaginar que ese niño, de una familia numerosa, nacido en un hogar humilde del barrio Santa María la Ribera, en la Ciudad de México, un día se convertiría en el hombre más célebre del país? Y no sólo eso: que su fama traspasaría las fronteras de Hispanoamérica hasta Estados Unidos, llegando a codearse con celebridades y presidentes, cuyo personaje llegaría a ser un arquetipo tan famoso como el vagabundo creado por Charlie Chaplin, quien alguna vez se refirió a él como “el más grande comediante vivo”.
Nace un personaje mítico Nada podría predecir el destino de Mario Moreno Reyes. Nacido el 12 de agosto de 1911, fue el sexto de ocho hermanos. Su padre, empleado de correos, mantenía con precariedad a los suyos, razón por la cual, desde pequeño colaboró con las finanzas del hogar. Fue ayudante de zapatero, limpiabotas, mandadero, cartero, taxista, empleado de billar, boxeador y hasta torero. Incluso intentó ser soldado y hasta se alistó en el ejército, pero su papá solicitó su baja de inmediato: Mario tenía 16 años y no los 21 que pretendía. Su verdadera pasión era hacer reír y así comenzó a actuar en carpas rodantes, suerte de circos improvisados, en los que no sólo bailaba, realizaba acrobacias y otros oficios, y en donde empezó a dar forma al personaje de Cantinflas. Sin embargo, el origen del nombre que lo haría famoso a nivel mundial en realidad no tenía un significado especial, pues lo inventó con el fin de evitar que sus padres se enteraran de su participación en la farándula, ocupación que consideraban vergonzosa. Su aspecto (camiseta, pantalones holgados que se le caían, un lazo en vez de cinturón, un sombrerito y un original bigote, a los bordes de la boca) evocaba de manera humorística al típico “peladito” de los años 20, un pícaro marginado de clase baja.
Esto, combinado con su manera de hablar, a la vez incoherente y brillante, se convirtió en su característica distintiva. Con el tiempo, su estilo daría origen al verbo “cantinflear”, registrado por la Real Academia Española y cuyo significado es hablar mucho ‘sin decir nada’.
En todo caso, su personaje resultó un éxito y en 1936 obtuvo su primera oportunidad en el cine, una pequeña participación en la película No te engañes corazón, que pasó casi inadvertida. Luego protagonizó una serie de cortos producidos por él mismo, pero el largometraje Ahí está el detalle (1940) lo catapultó a la fama en México y Latinoamérica. La frase que dio el nombre al filme fue la primera de las muchas de su invención que se quedarían en el lenguaje popular.
Le siguieron el satírico Ni sangre ni arena (1941) con el que rompió récords de taquilla y encarnó a un torero vanidoso y a un admirador, El gendarme desconocido (1941), donde personificó al agente de policía 777 (que retomaría más adelante), Los tres mosqueteros (1942), como un hilarante D’Artagnan y El circo (1943). Durante los años 40 y 50, los mejores de su carrera, mantendría el ritmo de una cinta por año y llegaron a ser tan populares en Texas, Arizona y California que, cuando protagonizó su primera película estadounidense, ya era millonario.
La vuelta al mundo en 80 días
El público parecía no cansarse de Cantinflas. ¿Cuál era su secreto? En una entrevista realizada en 1964 por el diario ecuatoriano El Universo, reveló: “Justo la simpatía que irradia el personaje, su optimismo, el humanismo que transmite y el cual yo trato de encarnar con toda mi alma ...”. Y en 1956 hizo su entrada triunfal en Hollywood gracias a la película La vuelta al mundo en 80 días, una superproducción de Mike Todd basada en la novela homónima de Julio Verne.
El elenco estelar estaba encabezado por David Niven como el muy british profesor Fogg, y Cantinflas como su mayordomo Passepartout, personaje francés en la novela, pero tropicalizado para conservar la esencia de Cantinflas en la audiencia latina. Más aún, su rol fue ampliado para lucir sus dotes cómicas y una hilarante escena de toreo fue creada en exclusiva para él. El filme obtuvo cinco premios Oscar y recaudó nada menos que 42 millones de dólares, de hecho, el humor chaplinesco del comediante mexicano contribuyó en gran medida a su éxito. Por esta razón, mientras Niven aparecía como protagonista en los países de habla inglesa, en los hispanos, Cantinflas figuraba primero.
Y en el pico de su carrera, llegó a ser considerado el cómico mejor pagado del planeta, no sólo obtuvo un Golden Globe por su interpretación en La vuelta al mundo en 80 días, sino una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood y fue padrino en la boda de Todd y Elizabeth Taylor en 1957.
No obstante, su aventura hollywoodense fue breve y después del tibio recibimiento de Pepe (1960), rodado en Los Ángeles, continuó haciendo reír en castellano en otros 14 exitosos filmes como El analfabeto (1961), El padrecito (1964), Su Excelencia (1967), El profe (1971) y El barrendero (1982), el último.
Entre bambalinas
A lo largo de su vida, Mario Moreno también fue un generoso filántropo; donó grandes cantidades de dinero a hospitales y organizaciones de beneficencia. Era un hombre rico y como solía decir: “Sé lo que es ser pobre, muy pobre”, así que ayudaba con discreción, sin humillar. Asimismo, su reputación como portavoz de los desprotegidos cimentó su autenticidad y lo situó como una figura importante en la lucha contra las injusticias sociales. Pero en la intimidad la vida del comediante se tornó sombría. De manera oficial, Mario Moreno sólo tuvo un gran amor, su esposa, la bailarina rusa Valentina Ivanova, a quien conoció a principios de los años 30, en la Carpa Valentina, propiedad de sus padres. Mario y “Valita” se casaron en 1934, cuando él tenía 23 años. Discreta y devota de su marido, ella siempre pasó por alto los rumores que relacionaban a Mario con sus compañeras de reparto, en especial con Miroslava Stern, a quien conoció en la película A volar, joven (1947).
Y fue en 1960 cuando el matrimonio adoptó un hijo (Mario Arturo Moreno Ivanova) que más tarde se supo, fue fruto de una relación extramatrimonial entre el actor y la rubia texana Marion Roberts. En apariencia, ella le habría pedido al comediante que abandonara a su mujer y formaran una familia, pero ante la negativa de él, se suicidó en un hotel de la Ciudad de México. Mario y “Valita” permanecieron juntos hasta la muerte de ésta, en 1966, víctima de cáncer de huesos. Años después, el comediante tuvo un romance con otra rubia, la actriz española Irán Eory.
Tras una relación tormentosa, contaminada por los celos de su hijo Mario Arturo, Irán se resignó a ponerle fin. Ya en sus últimos años de vida llegó el último escándalo amoroso y el más inverosímil de Cantinflas cuando la estadounidense Joyce Jett, de quien nadie había oído hablar, presentó en 1989 una demanda contra él en un juzgado de Houston (Texas), solicitando el divorcio del actor y exigía una indemnización de 26 millones de dólares por “maltrato físico y psicológico”. Los abogados de Moreno alegaron que todo era una invención fraudulenta para chantajearlo y él mismo lo desmintió con cierta ironía, en una entrevista para Televisa en 1992: “Parece que yo tenía una esposa tan secreta que ni yo lo sabía...”.
Sin embargo, en el juicio se presentaron pruebas, como cuentas bancarias conjuntas y testimonios de personas allegadas, demostrando que, si bien no había contrato matrimonial, la relación sí había existido desde hacía 20 años. Agotado y herido por la exposición pública, aceptó llegar a un acuerdo económico cuyos términos jamás trascendieron (aunque se habló de cinco millones de dólares más sus propiedades en Estados Unidos). Aún así, el adorable comediante, siguió siendo un héroe nacional, adulado por todos. Más distante y aislado, se mantuvo, hasta su muerte, encerrado en una obsesión casi enfermiza por preservar su intimidad. Víctima de un cáncer de pulmón (era un fumador empedernido), Cantinflas falleció el 20 de abril de 1993, a los 81 años. Miles de admiradores se reunieron para su funeral, que duró tres días. Y quien un día fue considerado un irreverente “peladito”, recibió el homenaje de jefes de Estado, e incluso del Congreso de Estados Unidos, el cual mantuvo un minuto de silencio en su memoria. El icónico actor fue enterrado en la cripta familiar de la familia Moreno Reyes en el Panteón Español de la Ciudad de México.
Pero su muerte no puso fin a los escándalos. Un enfrentamiento judicial entre su hijo Mario Arturo Moreno Ivanova y su sobrino Eduardo Moreno Laparade por el control de 34 de sus cintas, mantuvo su nombre en las crónicas de chismes durante ocho años. Irónicamente, si bien el hijo triunfó, los derechos fueron arrebatados por Columbia Pictures. Eso no fue todo. La vida desenfrenada de Moreno Ivanova lo catapultó a la prensa amarilla, en medio de escándalos de drogas y maltrato. En 2013 Mario Patricio, uno de sus hijos, aparecería muerto, ahorcado, en el baño de un hotel. Y Mario Moreno Ivanova fallecería el 15 de mayo de 2017, de un ataque al corazón, a los 57 años. Una muerte que lo liberó de una vida trágica, bajo la sombra de su padre, el ídolo de México y un hombre intocable.